Tradicionalmente la lectura implicó, entre otras cosas, determinadas liturgias relativas al comportamiento de los lectores y al uso de los libros que requieren de ambientes convenientemente preparados e instrumentos y equipos especiales. Las bibliotecas reflejan de alguna manera (cada una a su modo) estas liturgias.

En la historia de la lectura siempre se han contrapuesto las prácticas de utilización del libro rígidas, profesionales y organizadas con las prácticas libres, independientes y no reglamentadas, centradas en el lector.

Michèle Petit, en “Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura” describe lo que llama las dos vertientes de la lectura: por un lado el poder del texto escrito, y por el otro, la libertad del lector. Tradicionalmente, las bibliotecas se organizaron alrededor de la primera vertiente y expresaron a través de sus atriles, estantes y mobiliario un conjunto de reglas imperantes para regular el contacto entre libros y lectores: según tales reglas, se debe leer sentado manteniendo la espalda recta, con los brazos apoyados en la mesa, con el libro delante. Para leer se requiere concentración, quietud y silencio. Sobre la base de estos principios se proyectaron las salas de lectura de las bibliotecas públicas, y los salones de clase. Estos espacios, pensados para acercar a la gente a la lectura, se organizan entonces teniendo como base una concepción de la lectura como actividad seria y disciplinada, que exige esfuerzo y atención, silencio y formas de comportamiento determinadas. Estas son las reglas que estructuran los espacios públicos destinados a la lectura, construidas sobre el supuesto de que los textos escritos podrían modelar a los sujetos que los descifran.

Si observamos, en cambio los comportamientos espontáneos de los jóvenes lectores, y las formas de vincularse con los libros encontramos formas muy diferentes. La lectura no aparece asociada al silencio, los jóvenes leen con los “walkmans” puestos; los libros se encuentran también en kioscos o en las góndolas del supermercado, es allí donde gran parte de la población se detiene a mirar o elegir libros, o donde, en algunos casos, los chicos se quedan leyendo mientras los padres hacen las compras. Los chicos leen tumbados en el suelo, apoyados en una pared, sentados debajo de las mesas de estudio, los «nuevos lectores» rechazan casi en su totalidad o los utilizan de manera poco común o imprevista los soportes habituales de la operación de lectura: la mesa, el asiento, y el escritorio. Ellos raramente apoyan en el mueble el libro abierto, sino que tienden a usar estos soportes como apoyo para el cuerpo, las piernas y los brazos, con un infinito repertorio de interpretaciones diferentes de las situaciones físicas de la lectura. Estas formas de leer, evidencian una relación física con el libro intensa y directa, mucho más que en los modos tradicionales. El libro es enormemente manipulado: lo doblan, lo retuercen, lo transportan de un lado a otro, lo hacen suyo por medio de un uso frecuente, prolongado y violento, típico de una relación con el libro, no solo de lectura y aprendizaje, sino también de consumo.

Para Michèle Petit, las dos vertientes de la lectura implican vínculos sociales radicalmente diferentes: en la segunda vertiente de la lectura, el lector dialoga con el texto, lo altera, lo reconstruye y resignifica. La democratización de la lectura, requiere de espacios que reciban a los lectores tal como son, que alberguen la diversidad de sentidos que ellos construyen.

Los jóvenes lectores están cambiando las reglas del comportamiento que hasta ahora han condicionado este hábito. Esto se advierte en las bibliotecas, que no siempre logran adaptarse a las necesidades de estos nuevos lectores e insisten en formas de organización y reglas que, en lugar de favorecer el acercamiento a los libros, lo obstaculizan. ¿Cómo construir un puente entre la necesidad de preservación de los materiales que albergamos y la necesidad de que nuestros usuarios se apropien de ellos?

La autora nos brinda herramientas para pensar en como transitar de la primera a la segunda vertiente de la lectura y las dificultades que esto implica, poniendo en el centro de estos obstáculos el miedo a la lectura y el miedo a los jóvenes. Conocer y enfrentar éstas dificultades es una tarea indispensable para todos aquellos comprometidos en convertir a la biblioteca en un escenario de encuentro entre libros y lectores.

Lic. Raquel Gamarnik.

 

Para seguir indagando: bibliografía recomendada disponible en la BNM

  • Bahloul, Joëlle. Lecturas precarias: estudio sociológico sobre los “poco lectores”. México, D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2002
  • Petit, Michèle. Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura. México, D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1999
  • Petit, Michèle.Lecturas: del espacio íntimo al espacio público. México, D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2001
  • Sarland, Charles. La lectura en los jóvenes: cultura y respuesta. México, D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2003
  • Perrone, Graciela, coordinador; Herrera Posse, Andrea; Redondo, Adriana; D’Lucca de Bialet, Graciela; Fernández, Cecilia; Martínez, Luisa; Waldner, María Virginia. Bibliotecas: escenarios para que cada libro encuentre su lector. Buenos Aires: Biblioteca Nacional de Maestros, 2003.

 

Sitios de interés:

  • http://www.me.gov.ar/lees/index.html
  • http://www.nuevashojasdelectura.com/p_06_obrasdesastreria.htm
  • http://www.literaturas.com/LecturajovenesCIDE.htm
  • http://www.conaculta.gob.mx/bibliotecario/ano3/abr_3.htm%20

Un pensamiento en “La BNM, espacio de encuentro”

  1. Como directora de un Jardín de Infantes donde recientemente realizamos la Maraton de Lectura, pude comprobar y demostrar a los padres y docentes, la manera espontánea en que los niños se relacionan con los libros, por ejemplo leyendo en el patio acostados sobre almohadones y revolviendo en los canastos tratando de econtrar “el libro” que los atrape. La experiencia fue muy reconfortante y los propios niños pidieron repetirla.

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