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El despacho de Lugones está situado en el corazón de la Biblioteca Nacional de Maestros. Si bien ha sido varias veces reciclado por las modificaciones que ha tenido la superficie que ocupa la Biblioteca en el Palacio Sarmiento, sus muebles, sus pertenencias y su biblioteca privada se encuentran prolijamente conservados.

La atmósfera que se respira al entrar y la energía que circula entre sus paredes convierten al despacho en un lugar especial, tanto que deja sin aliento a los visitantes de todas las edades, nacionales y extranjeros. Es el espacio que el escritor y poeta usó para forjar un ambiente de saber, lectura y educación para los docentes, niños y ciudadanos, mientras su vida política y privada recorría uno de los trayectos humanos más fascinantes de la historia argentina. Leopoldo Lugones es reconocido por su prolífera producción literaria en diferentes géneros y estilos, sus vaivenes ideológicos, su vida en la función pública, por el peso y el escorzo de su pensamiento en diferentes grupos de intelectuales y militantes en el transcurso de su existencia y, además, por la trágica historia de amor que vivió antes de terminar con sus días. Se destacó, asimismo, por dirigir el devenir de la BNM durante sus últimos quince años.

Quisiera rendirle un homenaje con este viaje a su despacho, a través de palabras que describen la sensación de compartir mis días de trabajo, como directora de la BNM, en este mismo recinto. Algunas de las metáforas expresadas en los siguientes párrafos se refieren a los libros que Lugones leyó alguna vez, a sus propias obras y a los contenidos vertidos en ellas por su pluma e imaginación.

Recomendamos visitar el catálogo de su biblioteca privada, leer la biografía y la nota que hemos publicado en homenaje a los 70 años de su fallecimiento.

Un recorrido por la biblioteca de Lugones

Solo han cambiado los tablones de pinotea y el color de los cristales, la textura de los muros, las cortinas y los días en el calendario terrenal. El zumbido de la calefacción en invierno y el tecleo de una computadora no callan las victorias de su máquina de escribir, que reposa en un escritorio macizo, luego de haber librado tantas batallas con musas de todos los tiempos.

Un reloj de roble americano, recibido por el vate desde alguna mano ceremoniosa, contrasta con las maderas oscuras de las imponentes estanterías, que siempre crujen, cuando los libros de su biblioteca privada quieren volver a bajar, cansados de su preciosismo exhibicionista, hacia el magnífico y articulado atril que permite su lectura en su sillón de cuero, ya cuarteado por tanta meditación y despecho, dulzura y agonía, egocentrismo y generosidad, creación y desesperanza.

Los tinteros de bronce, el cortapapel de marfil y alguna medalla que todavía yace en su caja de terciopelo carmesí describen su epopeya de espada frustrada y de pluma célebre, de palabra mordaz y de manos suaves, capaz de enamorar a una doncella real.

Sherezade arrulla las tardes en francés. Desde sus páginas repletas de arabescos oro crepuscular, salen las voces que recitan el poema “1001 noches”, para despertar el debate infinito entre la vida y la muerte, entre la libertad de ser y de dejar de ser, de pensar haber amado y de encontrar la verdadera  pasión que mueva montañas.

Los dioses de las leyendas de Roma se escapan de exquisitos grabados celosamente guardados por tapas cubiertas de una fina arpillera atada por una lonja de cuero crudo. Encuentran un solar de remanso en las páginas helénicas tantas veces leídas y aprendidas que presintieron su  tragedia y le prestaron su amargo final.

Una gran Biblia de último momento recoge el eco de soledades y sollozos que todavía susurran los poemas del Cancionero de Aglaura, que por fin han vuelto a su útero inicial. En sencilla encuadernación de papel, cuentan en voz alta las incógnitas develadas de su secreto amor, después de tantos años de callar la injusticia de una felicidad frustrada en rimas de amarillas páginas manuscritas firmadas “con su sangre y semen”.

Varias centenas de portadas enmarcadas en exquisitos papeles marmolados, expresan en arrebatadas tintas, dedicaciones, agradecimientos y loas. Un grueso y egocéntrico trazo negro, azul o rojo recorre los márgenes de las publicaciones leídas y atraviesan las ideas forjadas en esas páginas por antecesores y contemporáneos, esperando revivirlos para retarlos a un duelo de esgrima intelectual.

Por las noches, los gauchos salen a malón veloz a galopar por las llanuras de la Argolia, los ríos secan sus aguas para ver pasar procesiones de ángeles sombríos, los números encriptados en cálculos ingenuos facilitan la brújula de la decisión certera, los astros fulguran por doquier y finas garzas hacen equilibrio sobre viejas palabras griegas y árabes que no se han podido revelar.

El despacho de Lugones es un gran territorio inexplorado listo para gestar lunas y letras ensambladas en historias y poemas de la post-modernidad. Es un vientre fértil, pleno de belleza y estética que todavía concibe la risa de un niño feliz que solía correr por las laderas de las sierras cordobesas y gustaba declamar poemas de arena y mar, sin poder presentir su futura estrella y su irreparable desdicha.

4 pensamientos en “Viaje al despacho de Lugones”

  1. Fue maravilloso descubrir esta página. Quisiera contarles que en mis práctica docente tuve la satisfacción de disfrutar textos de este Maestro de la cultura.

  2. Lamentablemente de la generación de Lugones ya no quedan escritores de esos trazos,ya han partido,como el caso de Borges, J.M Estrada, Ascazubi,Almafuerte …por nombrar otros de esa época, que hemos leído en los grados de primaria, fueron formadores.
    Mi agradecimiento y respeto hacia ellos.

  3. Hablamos muchas veces hasta el cansacio, que un pueblo sin memoria, no construye días nuevos sin repeetir errores, que retardan nuestra identidad. Darle el lugar en nuestra memoria colectiva,a la persona del talentoso y controvertido Leopoldo Lugones, es un deber y un placer al mismo tiempo.
    Argentina tiene hombres que moldearon su historia, que enriquecieron su esencia, y a quienes debemos darle el lugar que les corresponde.
    Placer de recordar a un talentoso que desde sus líneas no morirá jamás-

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