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Oliverio Girondo, a 50 años de su fallecimiento – in memoriam

 

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Representante emblemático de la vanguardia literaria argentina, mascarón de proa de una forma nueva de entender a la literatura y a la patria, recordamos hoy, a 50 años de su muerte, a Oliverio Girondo.

Quizás pocos poetas nos hagan conocer y amar tanto a las palabras como Girondo. Sus poemas, a menudo con un fuerte peso lúdico y siempre extremadamente precisos, permiten disfrutar el lenguaje por varios flancos: por sus fonemas que rebotan una y otra vez en nuestra lengua, por sus arriesgadas combinaciones de criterios, por su rigor formal a veces oculto y a veces expuesto, por contarnos de vidas, lugares y personajes que no conocíamos pero que sienten igual a nosotros.

Fue uno de los principales referentes del movimiento martinfierrista, a veces relacionado con el llamado grupo de Florida. El manifiesto del grupo, cuya escritura se atribuye a Girondo, marca la voluntad vanguardista de sus integrantes. Por un lado se opone al pasado, por otro propone una nueva sensibilidad que necesita de una nueva estética que ellos encarnarían. Sostienen, también, la necesidad de que su sensibilidad sea acorde a los tiempos que corren. “’Martín Fierro’ – afirma – se encuentra más a gusto en un transatlántico moderno que en un palacio renacentista”.

Esa necesidad de escribir desde su presente para un público citadino ya se consagraba en su primer libro, de 1922, Veinte poemas para ser leídos en el tranvía. Allí, en una edición muy cuidada e ilustrada por él mismo que forma parte del Tesoro de la BNM, habla de lugares remotos y los mezcla con la Buenos Aires que conoce. Las nalgas de las chicas de Flores se mezclan con un candombe en Dakar, el clima de Sevilla con un corso marplatense. El libro viaja, como el lector ideal que lee desde el tranvía; marcas de un poeta itinerante que conoce bien los vericuetos de las ciudades y sus procesos de cambio.

 

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Asimismo, crea originales estrategias de lo que ahora podría considerarse marketing. Tras publicar Calcomanías (1925), anuncia la edición de Espantapájaros (1932) paseando un espantapájaros gigante de papel maché desde un convertible, consiguiendo hacer picar la curiosidad de los transeúntes y agotando rápidamente la tirada. Su libro, como indica el subtítulo, está “al alcance de todos”, sirve igual a catedráticos y a gente que no tenga conocimientos profundos de versificación. Es uno de sus textos más amables, al día de hoy se siguen ecribiendo cartas de amor y diatribas de protesta inspiradas en sus poemas, visitarlo es siempre encontrarle una vuelta nueva.

Persuasión de los días (1942), Campo nuestro (1946) y En la masmédula (1954) son pasos adelante en la experimentación poética, donde el lenguaje va progresivamente deconstruyéndose, llegando a encontrar juegos en la materialidad misma del sonido de las palabras que utiliza, no es extraño que sus juegos nos hagan caer más de una vez en una risa involuntaria o en la reflexión profunda.

Al día de hoy, los poemas de Girondo gozan de excelente salud. Versiones cantadas, como la de Liliana Felipe sobre el poema 7 de Espantapájaros, reformulaciones de sus poemas, como los que ha hecho el poeta, crítico y cineasta contemporáneo Camilo Blajaquis sobre el número 12 (quien afirma “Mi referente es Oliverio Girondo, fue un revolucionario, se atrevió a hacer un lindo quilombo con el estilo poético y diciendo cosas interesantes”) o volver a escuchar sus textos leídos por su propia voz, siguen siendo puertas de entrada a un fascinante universo literario que espera abrirse una y otra vez a nuevos lectores.

Invitamos a todos los lectores a celebrar el legado de Girondo desde la colección de la Biblioteca Nacional de Maestros.

 

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