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La Biblioteca Nacional de Maestros ya ha integrado a sus espacios digitales un Banco de imágenes, que está formado por imágenes digitalizadas de libros que pertenecen a sus colecciones históricas o su Tesoro. El material se encuentra disponible en la página web de la BNM para su uso áulico o para su utilización en otras actividades de investigación siempre que se mencione el origen de su procedencia. Para su mejor difusión, hemos decidido informar mensualmente de las nuevas incorporaciones.

En esta oportunidad se incorporó una serie de imágenes correspondientes al libro: Accesorios de la moda: encajes, abanicos, guantes, bastones, paraguas, joyas  de Max von Boehn. El mismo forma parte de una curiosa colección llamada Historia de la cultura en miniatura. El escritor para su obra partió de un estudio preliminar realizado por el Marqués de Lozoya, y la misma se ilustró con 293 grabados y 16 láminas de color. Entre sus páginas el lector descubre las pequeñeces que han acompañado siempre a la moda como atributos característicos.

Imagen de la Señora V. v. A., Potsdam 1871.

Los accesorios de moda tal vez sean lo más primoroso y delicado que ha inventado el ingenio de los hombres. En muchos casos en ellos se encuentran verdaderas obras de arte, de un arte amable y poco trascendental que no tiene otro objeto que embellecer y alegrar la vida. Todo el espíritu de una época se encierra en frágiles maravillas destinadas a tener un reinado efímero, en varias oportunidades el destino hace que terminen arrumbadas por un cambio del gusto indicado por la tendencia de la moda de turno.

En esta oportunidad nos ocuparemos del mundo de los abanicos. Desde su origen, el abanico, fue y continúa siendo un objeto de culto, un accesorio útil y un arma de seducción de la coquetería femenina. Su empleo remite a los más lejanos tiempos, utilizado por todos los pueblos desde los más salvajes a los más civilizados.

La misma necesidad que motivó su aparición, hizo que se abriera paso y fuera adoptado en las ceremonias cortesanas de los soberanos orientales. En aquel tiempo los grandes dignatarios no harían uso del elemento, eso quedaría en manos de los servidores, lo cual explica el gran tamaño de los abanicos y sus mangos largos para que sea posible agitarlos sobre las testas de los mandatarios. De ahí que se convirtiera en un símbolo de dignidad y categoría.

 

 

Abanico rococó francés pintado a la aguada. Siglo XVIII.

Según cuenta la historia para la confección de los primitivos abanicos se usaron las grandes hojas de los árboles cercanos. Cuando los poetas griegos como Homero y Anacreonte entre otros, ponen el abanico en las manos de Venus, uno puede imaginar a la delicada Calipso, a la seductora Circe o a la virtuosa Penélope aumentando sus hechizos a través del ir y venir de unas hojas de palmera.

Las personalidades de todos los tiempos, brindan anécdotas jugosas para compartir, entre ellos: Catalina de Médicis se ocupó de importar abanicos de forma circular orlados de plumas desde Italia. A lo largo de su vida pudo ser testigo del tránsito del aventador al abanico de pliegues, y a su muerte ocurrida en 1589, se encontraron entre sus legados 5 abanicos de piel. El  hijo de Catalina, el rey Enrique III, dio nuevo impulso al accesorio en la moda, dado que se cuenta el era un afeminado príncipe al que le agradaba en extremo el abanico, influyendo en este sentido sobre los caballeros que formaban su séquito.

La obra satírica titulada “La isla de los hermafroditas“, que describe la corte de Enrique III, dice: “Llevaba en su diestra un instrumento que se plegaba y desplegaba, obedeciendo tan sólo a la presión de un dedo; se le llama abanico. Era de pergamino recortado con extraordinario cuidado y delicadeza, rodeado de un encaje del mismo material. Lo suficientemente grande para ser usado como sombrilla para evitar la radiación solar, proporcionaba al abanicarse agradable fresco al delicado cutis.” Los abanicos de Enrique III eran de seda, adornados con encajes de oro o plata.

 

Abanico de papel estampado con retratos del  rey Federico Guillermo III y de la reina Luisa de Prusia.

La reina Isabel de Inglaterra fue una entusiasta del aventador, en realizaciones de lujosas y fastuosas para la noble dama. Tan alta señora recibía con extrema complacencia regalos de abanicos, en uno de sus retratos de la puede ver ostentando un abanico de varillas. A menudo decía que un abanico era el único regalo que podía admitir una reina de sus súbditos; de ahí que todo el mundo se desviviera por satisfacer su deseo. Isabel quedó en la historia como una mujer vanidosa y presumida, que a la hora de su muerte dejó 30 preciosos abanicos.

Valiosos objetos que se filtraron en la vida de las sociedades con múltiples manifestaciones y cotizaciones. En la obra “Las alegres comadres de Windsor” de William Shakespeare se puede ver el reflejo de lo relevante del elemento que formaba parte de las obras de la época, por ejemplo “Lady Brigitte ha perdido su abanico, y yo le he dicho que no has sido tú quien lo ha robado”, es la frase de Falstaff a Pistol en la obra de Shakespeare.

 

 

 

Abanico de artistas con motivo de la fiesta de la fiesta de la Prensa en la Residencia de Periodistas en Munich, 1899.

Las bellas poseedoras de aventadores se valían de ellos para ocultar el rostro, y a través de pequeños orificios podían observar lo que sucedía. Se crearon abanicos con secretos que mostraban figuras distintas según se los abriera a la izquierda o a la derecha, otros llevaban un reloj en la empuñadura, otros adoptaban la forma de un violín de director de baile y al abrirlos se desplegaba el abanico y se combinaban con una infinidad de pasatiempos.

Sagacidad e ingenio, galantería, ironía y homenaje, fueron otros tantos motivos ensayados en el abanico.

Fuentes consultadas:

– Boehn, Max von e Juan de Contreras y López de Ayala Lozoya. Accesorios de la moda: encajes, abanicos, guantes, bastones, paraguas, joyas. Barcelona: Salvat, 1944. Disponible en la Biblioteca Nacional de Maestros.

Shakespeare, William e Luis Astrana Marín. Obras completas. 2. Madrid: Aguilar, 1974. Disponible en la Biblioteca Nacional de Maestros.

– Drioux, Claude Joseph, abbé e Enrique B. Prack Compendio de historia antigua : [Oriente, Grecia y Roma]. Buenos Aires: Angel Estrada, 1893. Disponible en la Biblioteca Nacional de Maestros.

– Naso-Prado, J. Dionysos Cómo enterraban los griegos a sus poetas ; y Pensamientos sobre teatro griego. Córdoba: Marzano, 1932. Disponible en la Biblioteca Nacional de Maestros.

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