DERECHOS DE LOS NIÑOS A ESCUCHAR CUENTOS
 
1. Todo niño, sin distinción de raza, idioma o religión, tienen derecho a escuchar los más hermosos cuentos de la tradición oral de los pueblos, especialmente aquellos que estimulen su imaginación y su capacidad crítica.
 
2.  Todo niño tiene pleno derecho a exigir que sus padres le cuenten cuentos a cualquier hora del día. Aquellos padres que sean sorprendidos negándose a contar un cuento a un niño, no sólo incurren en un grave delito de omisión culposa, sino que se están autocondenando a que sus hijos jamás vuelvan a pedir otro cuento.
 
3. Todo niño que por una u otra razón no tenga a nadie que le cuente cuentos, tiene absoluto derecho a pedir al adulto de su preferencia que se los cuente, siempre y cuando éste demuestre que lo hace con amor y ternura, que es como se cuentan los cuentos.
 
4.  Todo niño tiene derecho a escuchar cuentos sentados en las rodillas de sus abuelos. Aquellos que tengan vivos a sus cuatro abuelos podrán cederlos a otros niños que, por diversas razones, no tengan abuelos que se los cuenten. Del mismo modo, aquellos abuelos que carezcan de nietos están en libertad de acudir a escuelas, parques y otros lugares de concentración infantil donde, con entera libertad, podrán contar cuantos cuentos quieran.
 
5. Todo niño está en el derecho de saber quiénes son Hans Christian Andersen, los Hnos Grimm, Emilio Salgari, Roald Dahl, Michael Ende, Conrado Nalé Roxlo, Horacio Quiroga, Graciela Montes, Gustavo Roldan, Laura Devetach, Graciela Cabal, Elsa Bornemann, Jose Murillo, Syria Poletti, María Elena Walsh, Silvia Schujer, Ema Wolf, Ana María Shua, y muchos otros. Las personas adultas están en la obligación de poner al alcance de los niños todos los libros, cuentos y poemas de estos autores.
 
6. Todo niño goza a plenitud del derecho a conocer las fábulas, mitos y leyendas de la tradición oral de su país. En el caso de los niños argentinos, éstos tienen perfecto derecho a interesarse en nuestros relatos indígenas y cuentos folklóricos, así como en toda aquella literatura creada por el pueblo.
 
7.  El niño tiene derecho a inventar y contar sus propios cuentos, así como modificar los ya existentes creando su propia versión. En aquellos casos de niños muy influidos por la televisión, sus padres están en la obligación de descontaminarlos conduciéndolos por los caminos de la imaginación de la mano de un buen libro de cuentos infantiles.
 
8. El niño tiene derecho a exigir cuentos nuevos. Los adultos están en la obligación de nutrirse permanentemente de nuevos relatos, propios o no, con o sin reyes, largos o cortos, Lo único obligatorio es que éstos sean hermosos e interesantes.
 
9.  El niño siempre tiene derecho a pedir otro cuento y a pedir que le cuenten un millón de veces el mismo cuento.
 
10.  Todo niño, por último, tiene derecho a crecer acompañado de las aventuras de Sandokan, de la sopita de avena de Dailan Kifki, de la escuela de las hadas, de las historias del sapo, de la señora planchita, de lo dificil que es enseñarle a tejer al gato, del colorín colorado y del inmortal "Había una vez...", palabra mágica que abre las puertas de la imaginación en la ruta hacia los sueños más hermosos de la niñez.
 
DECRÉTESE Y PUBLÍQUESE
 
Nota: Este manifiesto apareció en una publicación de Venezuela, pero conocemos también versiones españolas, cubanas y colombianas. Esta versión fue adaptada para la Argentina Extraído de lista de correo de bibliotecas escolares: bibliotecas-escolares@eGroups.com
 
 


 
 
Una mirada sobre los lectores
 
Más allá de la edad cronológica, en el transcurso de la escolaridad el lector (niño, joven o adulto) pasa por diferentes etapas de desarrollo madurativo con respecto a su comportamiento frente a la lectura y el libro, a los que designaremos como:
 
Lector inicial
Lector en proceso
Lector habitualizado
 
El lector inicial es aquel que sabe que la cultura letrada tiene cosas para decirle y, para enterarse de ellas, se dispone a aprender las nociones básicas de descifrado del código, un código culturalmente impuesto y que como tal porta un sistema de normas gráficas y relacionales pre-establecidas. Como todo lo cultural, la lengua trae adosado un bagaje importante de universos simbólicos que van más allá del código de signos, pensemos por ejemplo, en los sinónimos, las metáforas, los usos regionales del idioma.
 
Estas características hacen que su aprendizaje sea complejo y apasionante. Este lector inicial está empeñado en incorporarse a este mundo de letras y signos y su curiosidad y empeño le sirven de andamiaje para desentrañar los misterios de la escritura para llegar luego a las ideas que ella porta.
 
Si los niños no pueden dejar de aprender porque no pueden dejar de crecer, como dice por allí F. Dolto (2), ¿por qué un lector deja de querer leer? ¿Será porque en realidad es expulsado del camino de la lectura antes de convertirse en lector?
 
El lector inicial requiere:
 
de libros bellos y bien editados que contengan información “necesaria”, útil, reconfortante;
de narraciones jugosas;
que le lean a menudo;
que le recomienden temas;
que le acerquen libros con maravillosas fotografías y dibujos.
 
 
Lector en proceso:
 
Un lector en proceso... ¿en proceso de qué? En proceso de acomodar el mapa de los aspectos gráficos, sonoros y semánticos que ya domina el sujeto en su lengua oral, al igual que las destrezas simbólicas necesarias -y recientemente aprendidas- para representar con signos lingüísticos ese habla, conjuntamente y en armonía con un progresivo deseo de formar parte y de apetecer el mundo escrito como fuente permanente de curiosidad y saber.
 
Para ello, el aprendiz necesita un puntual acompañamiento, al decir de Vigotsky (3), de un compañero más capaz, o sea más entrenado en el manejo del código y en el hábito lector. De hecho si no fuese necesario este tutor enseñante, no habría analfabetos y no lectores en el mundo... Si se aprendiera a ser lector sólo por contacto con la cultura escrita, hoy por hoy, con la exposición permanente a los medios de comunicación y a los soportes textuales públicos (carteles, instructivos, etc.) se garantizaría totalmente la alfabetización y el conocimiento que brinda la escuela.
 
Sin embargo, no es así. Construir un aprendizaje de representación simbólica de segundo orden (4) -como lo es la lectoescritura y a través de ella, el estudio de la realidad- conlleva tener que renunciar a los mecanismos egocéntricos de organizar el mundo para aceptar un mecanismo impuesto, que además acarrea la historia cultural del lugar y la comunidad próxima.
 
Un lector en proceso está concentrado en estos desafíos y el producto no le interesa tanto como la resolución de la empresa misma.
 
Por lo tanto él:
 
Lee y comparte las ideas que es capaz de organizar a partir de la lectura.
 
Se pone metas cada vez más complejas: leer esto o aquello, más o menos texto, éste o aquel género, un formato u otro.
 
Discrimina y elige en un juego permanente por probar y probarse.
 
Nos referiremos a un lector habitualizado recuperando el término habitualización tal como lo entiende la antropología cultural (5), o sea para hablar no de un hábito (como cepillarse los dientes) sino de una pauta cultural internalizada por aceptación y como modo de afiliación a un modo de conducta y a una comunidad (en este caso de lectores).
Así entonces, un lector habitualizado es quien ya sabe los esfuerzos y beneficios que reporta la lectura, disfruta y entiende los universos simbólicos que crea. Se mueve seguro dentro de su dinámica y está dispuesto y deseoso de enfrentar más y nuevos desafíos de lecturas.
 
Este lector habitualizado:
 
es el que mejor se mueve entre diversos tipos de libros de textos, porque puede cruzar la información de un área disciplinar a la otra.
 
lee sin distraerse del sentido del texto.
 
sus acciones lectoras son cada vez más sofisticadas y personales a la vez que, también, más abiertas a ser expuestas y confrontadas con las de los demás.
 
desarrolla juicio crítico frente a lo que piensan y leen él y los demás.
 
recomienda, selecciona, elige y exige a otros lectores confiables (sus profesores, bibliotecarios, etc.) que sigan estimulando y saciando su apetencia lectora.