El 18 de junio, Adriana Silvia Furstner -directora de estudios del Instituto Superior Santa Ana- presentó «Color, música e historia habitan la obra de Raúl Soldi»
Mariana Alcobre, directora a cargo de la BNM, dio la bienvenida a los asistentes y enmarcó la presentación en el ciclo «Dibujando letras», un ciclo que une el mundo de las ilustraciones con el de la literatura.
Furstner desarrolló su presentación sobre tres ejes: la biografía de Soldi y su proceso creativo al ilustrar Juvenilia; la biografía de Cané y su obra; la labor de Eudeba con la edición de la colección «Arte para todos».
Soldi, vida y obra
Raúl Soldi fue un artista representante de la denominada pintura sensible. Esta técnica se enfoca más en el color que en la forma y se basa en la introspección, la cotidianidad y la expresión de matices. La obra de este pintor presenta figuras estilizadas y sutilmente deformadas que responden a una clara concepción bidimensional. La línea, en muchos casos usada en elaborados arabescos, es clave para la desmaterialización que la caracteriza. En su producción aparecen bodegones en los que las frutas y las flores estallan de color, así como pequeños paisajes donde se aprecia una pincelada muy suelta. En ellas se destacan la armonía, la belleza y un contenido nutrido de cotidianidad.
Nace en 1905, en un conventillo poblado de gente del espectáculo, que se van a ver reflejados en su pintura. Proveniente de una familia de músicos -tema que estará presente en casi todas sus obras- a los 6 años se mudan a Villa Crespo y allí nace su veta literaria: escribe poemas y cuentos. Su vocación artística se despierta en Italia. A su regreso a Buenos Aires, se desempeña -durante 10 años- como escenógrafo en 80 producciones cinematográficas. Este trabajo lo impulsa a pintar por la noche e intensificar el uso del amarillo, por la falta de luz.
A partir de la década del 50, su carrera artística se desarrolla con éxito. Produce numerosas obras de caballete; lleva la imagen de la Virgen de Luján a uno de los muros de la Basílica de la Anunciación, en Nazareth; pinta el techo de la Galería Santa Fe; realiza la decoración -a pedido de su amigo Manuel Mujica Lainez- de la cúpula del Teatro Colón, en la que representó la vida teatral: músicos con sus instrumentos y actores intercambiándose las máscaras de la tragedia y la comedia.
Pero hay dos producciones en su carrera en las que la literatura y la pintura se funden. La primera es la ilustración de Juvenilia, obra escrita por Miguel Cané y publicada en 1964 por la editorial Eudeba. A Soldi le apasionaban los libros y disfrutaba de ilustrarlos. Leía un libro 2 o 3 veces, lo dejaba por un tiempo y luego buscaba un concepto, lo más memorable, para guiarse en el proceso creativo. En Juvenilia utiliza uno o dos colores; figuras estilizadas; planos de color; tinta, lápices y pasteles; técnica de collage: puntilla, retratos y avisos con tipografías diferentes.
La segunda es la Capilla de Glew, dedicada a Santa Ana, en donde pasa 23 veranos pintando la vida de la madre de María según los relatos sagrados, convirtiendo esas historias lejanas en actuales. Al lado de la capilla, crea la Fundación Santa Ana y la biblioteca en donde alfabetizaba a jóvenes y ancianos. Muere en Buenos Aires y la familia dona 60 cuadros a la fundación que se convirtió en Museo Soldi.
Eudeba y los clásicos nacionales
En la década del 60, la editorial lanza la colección «Arte para todos», buscando llevar el arte a la clase media, con un costo accesible y buena calidad de ilustración. Pintores de la talla de Castagnino, Soldi, Berni, Seoane y Policastro ilustraron relatos biográficos, poemas, cuentos, refranes con xilografías, dibujos a tinta y técnicas mixtas.
En el lanzamiento de cada una de las obras se realizaba una exposición de los originales en el Museo de Arte Moderno.
Miguel Cané y Juvenilia
Cané nació en 1851 en Montevideo. Se destacó por sus relatos biográficos, fue profesor, político, embajador e intendente de Buenos Aires. En 1884 escribe Juvenilia, una obra biográfica en la que relata los años en los que se encuentra estudiando en el Colegio Nacional Buenos Aires.
Poco después de la muerte de su padre, Cané ingresa como pupilo al Colegio. El niño sufre un duro proceso de adaptación, ya que se ve sometido a una severa disciplina: levantarse al alba y comer alimentos poco agradables y escasamente nutritivos. Una noche encuentra Los tres mosqueteros y se hace adicto a la lectura.
Los capítulos posteriores relatan las travesuras y rencillas que se suscitan a diario entre los estudiantes. Una figura surge nítidamente como guía rectora: la de su querido profesor Amadeo Jacques. Después de varios años Cané regresa al Colegio ahora como docente- y los recuerdos juveniles impregnan su corazón de suave melancolía.
“Es elocuente que a sus pinturas no solo les puso color y líneas, sino música y letra” concluyó Furstner
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